¿Qué quiso decir Jesús con setenta veces siete?

Kadalikatt Joseph Sibichan preguntó.

Oímos a Jesús decirle a Pedro en Mateo 18:22 : «Te digo, no siete veces, sino setenta veces siete» cuando Pedro pregunta por el número máximo de veces que se espera que perdone a su hermano o hermana. Uno se siente impulsado a pensar que los números siete y setenta tienen algunas connotaciones más profundas cuando se refieren a la repetición de algo. En otras palabras, es posible que Jesús no haya querido decir 70X7, es decir, 490, al responder a la pregunta de Pedro. He oído decir a algunos que Jesús en realidad dijo «7 elevado a 70», lo que sería un número grande. Antes de aceptar ese argumento, me gustaría saber si alguna denominación, incluyendo el catolicismo, tiene alguna enseñanza oficial al respecto.

Comentarios

  • Me sorprendería bastante que un pescador del siglo I entendiera los exponentes (sin inspiración divina directa sobre ese tema). –  > Por Andreas Blass.
  • @curiousdannii En esta pregunta se pide específicamente la enseñanza católica, que está llamativamente ausente en la otra pregunta y sus respuestas. Esto no impide que sea un duplicado, o un candidato a la fusión, pero una reacción instintiva para cerrar puede beneficiarse de la consideración. –  > Por Andrew Leach.
  • @AndrewLeach Bueno, dice «cualquier denominación, incluyendo el catolicismo» – realmente está bastante abierto a otras interpretaciones. Debería marcarse como duplicado, pero también deberías mover tu respuesta a la otra pregunta para que pueda ser votada allí. 🙂 –  > Por curiousdannii.
1 respuestas
Andrew Leach

Según mi experiencia, generalmente se entiende que Jesús utilizó «setenta veces siete» en oposición poética a un número pequeño: «setenta veces siete» significa «un número imposiblemente grande».

El Catecismo de la Iglesia Católica hace referencia a Mateo 18:21-22 en tres lugares, y en cada uno de ellos apoya esta opinión (he subrayado las partes relevantes). La Iglesia enseña que el perdón debe ser ilimitado, y «setenta veces siete» significa efectivamente «infinito».

982. No hay ninguna ofensa, por grave que sea, que la Iglesia no pueda perdonar. «No hay nadie, por muy malvado y culpable que sea, que no pueda esperar confiadamente el perdón, siempre que su arrepentimiento sea sincero».527 Cristo, que murió por todos los hombres, desea que que en su Iglesia las puertas del perdón estén siempre abiertas a todo aquel que se aleje del pecado.528

2227. Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de la santidad de sus padres.36 Todos y cada uno deben ser generosos e incansables en perdonar a los demás por las ofensas, riñas, injusticias y descuidos. El afecto mutuo lo sugiere, la caridad de Cristo lo exige.37

2845. No hay límite ni medida para este perdón esencialmente divino,146 ya se hable de «pecados» como en Lucas (11,4), de «deudas» como en Mateo (6,12). Siempre somos deudores: «No debáis a nadie nada, sino amaros unos a otros».147 La comunión de la Santísima Trinidad es fuente y criterio de verdad en toda relación. Se vive en la oración, sobre todo en la Eucaristía.148

Este es un tema que el Papa Francisco retomó con la en la que exhorta a los fieles a ser misericordiosos y a perdonar. «Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia», que tiene su paralelo en el propio Padre Nuestro: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si queremos confiar en el perdón ilimitado de Dios, debemos emularlo nosotros mismos.

En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que nunca se da por vencido hasta haber perdonado el mal y superado el rechazo con compasión y misericordia. … Jesús afirma que la misericordia no es sólo una acción del Padre, sino que se convierte en un criterio para determinar quiénes son sus verdaderos hijos. En resumen, estamos llamados a mostrar misericordia porque la misericordia se ha mostrado primero con nosotros. Perdonar las ofensas se convierte en la expresión más clara del amor misericordioso, y para nosotros los cristianos es un imperativo del que no podemos excusarnos. A veces, ¡qué difícil parece perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Abandonar la ira, el enojo, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir con alegría. Hagamos pues caso a la exhortación del Apóstol: «Que no se ponga el sol sobre tu ira» (Ef 4,26). Sobre todo, escuchemos las palabras de Jesús, que hizo de la misericordia un ideal de vida y un criterio de credibilidad de nuestra fe: «Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7): la bienaventuranza a la que debemos aspirar especialmente en este Año Santo.A


36 Gaudium et Spes 48 #4
37 Cf. Mt 18,21-22; Lc 17,4
146 Cf. Mt 18,21-22; Lc 17,3-4
147 Rom 13,8
148 Cf. Mt 5,23-24; 1 Jn 3,19-24
527 Catecismo Romano I, 11, 5 (Catecismo de Trento)
528 Cf. Mt 18, 21-22
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